A pesar de que gracias a la ley
en contra del tabaco las alfombras de alquitrán están desapareciendo en Madrid, he logrado recordar lo que olía un pino…
Cansada un poco del mundanal
ruido y de la rutina continua, decidí coger
el primer tren a la sierra madrileña y
empezar a descubrir pueblos que no sabían que estaban en el mapa.
Junto a mi ipod, mi cámara y mis botas para el combate, empezó mi mini aventura sabatina.
Mientras “Barbará Streisand”
entraba en mis oídos, admiraba los disfraces que las madres españolas ponen a
sus hijos para que estén preparados para la nieve, algo que despertaba mi lado más maternal, bien escondido
que lo tenía.
En el tren que sube a la montaña,
me topé con un grupo de señores muy singulares, sus canitas delataban que eran
hombres con experiencia en el mundo de las aventuras, equipados hasta los tobillos, narraban todas las actividades de riesgo que iban a
realizar, y yo con mis veintitantos años,
solo podía pensar en mi máxima aventura que era haber estado en la primera fila de un concierto.
Despertó en mi
ese sentido de la aventura y el vértigo se apoderaba de mi, pero recordaba las
noticia diarias cuando encuentran a mujeres descuartizadas en el bosque, o recordaba que si estuviera en Ecuador, seguro
estos serian maleantes, pero estoy en
Europa, aquí solo ponen bombas, así que
me acerqué a uno de ellos y saqué mi lado más relacionista público y empecé
entablar conversación.
Para no alargarles la historia, después
de una hora, ya estaba yo, en medio de la “selva” madrileña, rodeada de pinos,
riachuelos, ardillas, y de un grupo de 6
expertos alpinistas, haciendo por primera vez senderismo.
Cuatro horas de caminata, en
donde me di cuenta que hay muchas actividades que me falta por hacer antes de retirarme del mundo
hippie, alpinismos, acampar, buceo, recorrer cuevas, y muchas actividades con
las cuales podría hacer feliz a mi lente óptico.
Llegamos a la punta de la
montaña, llegamos a la nieve, una sensación maravillosa, una vista espectacular, el sonido del silencio,
del viento, una maravilla, quería imitar
a las películas cuando en la punta de la montaña gritas con todas tus fuerzas,
pero mantuve la cordura, para no asustar a mis guías.
Como primeriza en esto, creo
que tuve un 8/10, mis “amigos”
continuaban su camino en búsqueda de unas
cuevas escondidas, por mi parte me
acosté en la tierra y me quedé pensando, cosa que pensaba que hacia
seguido, un buen tiempo,
y regresé como pude, siguiendo los pedacitos de pan que dejé para no
perderme.
El recordar que viajar con mi “ello,
yo, y superyó” es sumamente divertido y que funciona de terapia para autoevaluar
como está encaminada mi vida , el saber que aún faltan muchas cosas por vivir,
y el recordar que existe un mundo amplio afueras de las 4 paredes de la oficina, fue el resultado de
mi aventura ibérica.
continuará...